EDUCAR: HACER POSIBLE LO IMPOSIBLE

por Rosa López Alemany
—¡No puedo creerlo! —dijo Alicia.

—¿No puedes? —dijo la reina en tono compasivo—. Inténtalo otra vez: respira hondo y cierra los ojos.

Alicia se rió.

Es inútil intentarlo —dijo—. Uno no puede creerse cosas imposibles.

—Yo me atrevería a decir que no has practicado lo suficiente —dijo la reina—. Cuando tenía tu edad, siempre lo hacía durante media hora cada día. ¡Caramba! A veces me he creído hasta seis cosas imposibles antes de desayunar.Alicia a través del espejo, Lewis Carroll


Camino lentamente observando los colores de las paredes mientras un montón de niños se adelantan para ser los primeros. A mí me da igual porque una hoja de otoño ha caído y me detengo extasiada a observarla. Sus rayas parecen una carretera, un peine... y me pongo a imaginar. De  repente alguien me coge, bruscamente. Me veo sentada en una mesa con muchos niños. Hace calor y no me quitan el babi, así que me siento incómoda con tanta ropa, además como no soy tan alta como los demás mis pies se quedan siempre balanceándose en la silla. Nuestra misión es clara: debemos rellenar un círculo muy grande con trozos de papel que habremos transformado previamente en bolitas pequeñas pegadas y colocadas unas al lado de otras. ¡Qué fascinación! Todos aquellos colores brillantes que si los estrujabas hacían sonidos extraños y eran bonitos y llamativos. Eso me hizo olvidar que me sentía cansada de no haber dormido la noche anterior y empecé entusiasmada el trabajo. Pero de repente unas manos grandes aprisionaron las mías diciendo que era muy lenta y que así no acabaría nunca y empezó a hacer mi ejercicio de forma frenética y agobiante.. No se puede entender que alguien te diga que debes hacer algo por ti mismo y luego te lo haga él, ni que el objetivo es disfrutar y te haga sentir ansiosa, culpable. Y cuando eso pasa, de repente, te bloqueas y no sabes seguir. Los dedos se me quedaron llenos de bolitas de colores que no me podía quitar por el pegamento y noté sobre mí una mirada de desaprobación y enfado del adulto diciendo: me has decepcionado. Esa sensación te hace temblar los labios que aprietas para disimilar, pues ya se te humedecen los ojos (no vaya a ser que te vean llorar). Cuando llegué a casa me quedé mirando a mi madre y le pregunté si algún día sería feliz porque en el cole todo el mundo tenía mucha prisa y no me sentía bien.

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Educar en el vínculo maestro-niño

Abro los ojos. Respiro y observo mis pensamientos. Cada vez que veo en un aula un trato inflexible con los niños recuerdo este episodio de mi infancia y puedo leer en los ojos de los niños su misma frustración e impotencia (niños que envían a aulas especiales porque con 5 años no saben leer, castigos sin patio porque ha sonado un reloj que la profesora programa para que sean más rápidos y hay quienes tienen otros ritmos y no acaban a tiempo, niños más inmaduros a los que se etiqueta y para los que ya no hay posibilidad de cambio, etc ). Nuestras vivencias más tempranas nos marcan y nos hacen ser en cierta forma quienes somos. Hemos de ser conscientes de que los niños pasan toda la semana en la escuela y por tanto podríamos afirmar que están más tiempo con sus maestros que con los padres. Por ello, es fundamental que la educación sea vista como algo esencial en la vida del niño, que está haciéndose persona y que se establezca no solo qué es y que no es educar sino también cómo debe ser el vínculo entre maestro y niño, pues es un aspecto crucial en el proceso.

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Intentaré exponer mi visión del tema, fruto de mi experiencia como alumna y como maestra. Es la vida con sus vivencias la que te muestra qué tipo de métodos te hace conocerte mejor, sentir bienestar y disfrutar aprendiendo y cuales desarrollan competitividad porque solo se valora la instrucción y donde los sentimientos y pensamientos no tienen cabida. Mi objetivo es demostrar que una buena educación puede y debe hacer posible lo imposible pues todos los niños nacen genios creativos. Cada uno con sus peculiaridades, problemas emocionales, enfermedades tal vez, pero con posibilidad mediante su educación de superar todos los obstáculos, a pesar de lo que digan las mentes ignorantes y el sistema. Somos los docentes los que debemos proporcionar esas herramientas para saber vivir y transformar sus realidades haciendo posible su autorrealización como seres humanos completos y felices. Educar es conocer a cada alumna y alumno; no sólo a nivel académico sino también sus gustos, aficiones, preocupaciones, sueños. Y al mismo tiempo darle posibilidad de que se conozcan a ellos mismos. El niño debe quererse como es y aprender a estar con los demás y convivir (gestionando emociones y solucionando conflictos). Para ello hay que dedicar tiempo, hacer juegos y dinámicas que permitan esa apertura mental de respeto al que opina y piensa diferente así como apreciar y mostrar afecto con libertad y sin miedo (caricias, besos, abrazos, palabras bonitas. etc.). Ese clima de camaradería y convivencia es fundamental. Hay que “saber ponerse en los zapatos de cada niño con mano izquierda” pues como diría M. Montessori “no podemos tratar igual a los que son diferentes”.

Entender el potencial de cada alumno

Cuando llegué a segundo de Primaria y mi nueva profesora llamó a mi madre diciéndole que me costaba más aprender porque tenía dislexia mi vida en el colegio cambió, no porque los niños dejaran de ser tan crueles sino porque por fin un docente se había molestado en observarme, entenderme y quererme tal y como era. Como estuvo conmigo sólo un par de años hizo lo que pudo pero al menos me ayudó, enseñó de forma personalizada, creativa y se pudo acabar la pesadilla de las pautas en las que siempre me tocaba la grande y nunca me repartían la más pequeña que significaba que ya leías y escribías muy bien y pasabas de nivel. El hecho de ver en mí un potencial que yo no veía es uno de los hábitos que me influyó y tengo adquirido para con los niños. En cada uno hay que ver todo el potencial que hay debajo de lo que nos puede frenar (percepción: informes de psicólogas, opiniones de padres, dificultades iniciales o realidades imposibles). Pase lo que pase y aunque las circunstancias digan lo contrario, yo siempre extiendo; los imagino superando los conflictos, triunfando, les refuerzo su lado fuerte y talentos con mucho cariño y estima. Cuando el niño siente esa energía sincera entonces siente que lo que era difícil se vuelve fácil y accesible, sencillo y posible. He visto auténticas transformaciones en comportamiento y vida de los niños que permanecían estancados en períodos largos y de repente dan saltos importantes en aprendizaje y en madurez emocional. Debemos ser constantes y tener la certeza que algún día el gusano se transformará en mariposa.

Recuerdo mi primer año de maestra en infantil en un colegio de etnia gitana. Como era nueva y se suele ser muy considerado y generoso con ese aspecto me tocó la clase que nadie quería por sus conductas disruptivas. Una profesora me advirtió que el año anterior habían denunciado a la escuela porque un niño de 4 años, Tonin, y dos niños más se habían quedado dentro de clase pegando de forma salvaje a una niña. Desde entonces, y aunque fueron más niños los implicados, Tonin era señalado y en cierto modo  todas las madres advertían a sus hijos que no se acercaran demasiado a él. Cuando entré empecé a hacer dinámicas que pudiera disolver esa percepción pero era difícil, el niño cada vez se sentía más desesperado y frustrado. Recuerdo un día que hacíamos un juego: debíamos nombrar todos los niños que tuviesen la letra A. Estábamos pasándolo muy bien pero de repente a Tonin le cambio la cara. Vino a mí como si hubiera visto una aparición y me dijo: Rosa, ponme a mí, yo también tengo la A, ¿entiendes? Yo no entendía nada. Él me cogió de los hombros y acerco su cabeza para ver si así me hacía comprender con sus ojos en lágrimas: Rosa, ponme en la A por favor, yo soy Tonin pero también soy Antonio, también soy Antonio. Y entonces sucedió y en una sacudida en mi mente entendí. Nos abrazamos porque habíamos descubierto el modo, la clave, la salida. Todos estaban en silencio. Tonin anunció que a partir de entonces todos se dirigieran a él como Antonio pues él aparte de ser Tonin, también podía ser Antonio. Todos entendieron lo que eso suponía y significaba (yo también tengo un lado bueno, puedo ser bueno, dadme una oportunidad). Desde ese momento fue integrado nuevamente y todo volvió a la normalidad. Pero seguía preocupándome que no quisiera saber nada de su antiguo nombre y todos los significados que tenía pues, como diría C. Jung, somos luces y sombras. Integrar nuestro lado oscuro es lo que permite hacer brillar nuestra luz. Cuando ya estaba pensando algo para solucionar el problema se me resolvió solo. Vino un día y me dijo: “he pensado Rosa que también me gusta Tonin, ya sabes, es más “salao” así que voy a dejar que cada uno me llame como quiera porque a mí me gustan los dos”. Todos tenemos bueno y malo y a veces cambiar la percepción que tenemos de alguien puede cambiarle la vida.

Integrar nuestro lado oscuro es lo que permite hacer brillar nuestra luz. Share on X

EDUCAR: HACER POSIBLE LO IMPOSIBLE

Educar como acto de amor

Educar es un acto de amor en el que no se pretende cambiar al ser amado ni que cumpla unas expectativas concretas, sino que se ama y se acepta tal y como es. Eso sí,  como diría  P. Salinas “es que quiero sacar de ti tu mejor tu”. Para que eso sea posible el educador debe establecer un serio compromiso. Debe conocerse a sí mismo en un trabajo valiente, contínuo y constante de superación personal y profesional, siempre pendiente de su formación para dar lo máximo de sí mismo y de su potencial interior. Consciente de los talentos que le ha dado la vida y del esfuerzo que otros docentes pusieron en él y que le hicieron ser quien es,  se lanza en un acto responsable y consciente a perfeccionarse para que la educación adquiera un grado de excelencia (dentro de las circunstancias que cada uno tiene) y para que la rueda-cadena continúe su ciclo.

La forma en que entendemos la educación se puede extender a otros ámbitos pues la escucha activa de lo que el niño tiene que decir, el preguntar antes que juzgar, verlos a nuestro nivel como uno más, haciéndoles sentir capaces, mayores, importantes, es una manera de ser y estar, una actitud ante el ser humano. Si las familias cambiaran su mirada hacia sus hijos, cambiarían sus relaciones y convivencia. Y así en todos los ámbitos de vida.

Soy voluntaria del Hospital en la zona infantil de oncología. En los 10 años que llevo acompañando  a los niños he aprendido valiosas lecciones que me han hecho ser mejor persona. Ellos tienen ese poder. Vienen a recordarnos que la vida es hoy, aquí y ahora y que entre todos nos podemos hacer más humanos, más felices. Lo que aprendí es que educar es escuchar. Dejemos claro que escuchar no es soltar un sermón o consejo (que nadie te pide porque sólo conoces una parte de la vida de la persona), ni contar tu vida por capítulos, ni  sentir lástima. Escuchar es acompañar, comprender, dejar expresar sin juzgar, dialogar, pensar los misterios de la existencia juntos. Un día, un niño me comentó: “durante el tiempo que no sabía que estaba enfermo, en el cole la profesora me decía que era perezoso, vago y tonto pero yo no soy vago. Yo quería hacerlo bien pero no podía, estaba muy cansado. Cuando me dijeron que tenía cáncer hubiera ido para que viera que eso es mentira”. Como a mí me había pasado algo parecido a los 6 años, empezamos a hablar y dialogamos largo tiempo. Llegamos a la idea de que, tal vez, esa profesora no lo sabía. Entonces, con unos ojos de expresión profunda que me atravesó el alma, una mirada llena de la sabiduría del que sufre porque comprende, me dijo: Y si no sabía ¿porqué no me preguntó?. Educar es un acto filosófico-emocional. La filosofía con sus preguntas, que clarifican y dan luz, enseñan y crean, acompañan soledades, desvelan misterios que entrañan nuevos enigmas, nos hacen más cercanos; menos dioses, mas humanos en un ciclo vital sin fin en el que nosotros, como maestros: “podemos contribuir con un verso”.

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