Movidos por modas y tendencias que varían según el momento, los profesionales de la educación hemos pasado de la enseñanza de contenidos, como única finalidad de la tarea docente, a la más pura formalidad, muchas veces vacía de contenido, cayendo así en un desenfrenado activismo que convierte nuestro trabajo en un mero hacer por hacer sin una finalidad clara como horizonte. La separación entre educación formal y no formal desaparece de este modo, convirtiendo todo acto educativo en puro juego, o relegando dimensiones centrales del ser humano tales como la sociabilidad y el ocio a una periferia alejada de todo cometido pedagógico. Es por esto que, para evitar estos extremos, hemos de buscar un nexo de unión entre la educación formal y no formal para que, sin tener que confundir una con otra, ambas cumplan su función que no es otra que posibilitar que el ser humano pueda realizar su personalidad. Justo aquí es donde se ha de considerar la importancia de la moralidad y del desarrollo del carácter moral.
La estructura moral del ser humano
Siguiendo el pensamiento del filósofo Xavier Zubiri, la moral es una estructura más que un sistema de normas y deberes, una estructura desde la cual el hombre se apropia de su realidad con miras a conseguir aquellos bienes que puedan realizar su figura plenaria, esto es, su propia felicidad. Desde este fin el hombre se obligará a apropiarse de unas posibilidades y no de otras, reconocerá ciertos bienes y ciertos deberes (Zubiri, 1986: 385-420). Sin embargo, lo primero no serán ni los bienes ni los deberes, sino la necesidad intrínseca del ser humano de apropiarse de la realidad.
Xavier Zubiri: La moral es una estructura más que un sistema de normas y deberes Share on XEste puede ser, quizás, el cometido más importante de la educación formal: enseñar las diferentes opciones y posibilidades que desde el legado cultural de la sociedad en la que el individuo está insertado puede encontrar. La educación formal ofrece contenidos con los que llenar la estructura moral, aunque, en realidad, estos son más que contenidos, ya que son opciones, posibilidades que uno puede apropiarse o rechazar, y gracias a los cuales puede realizar su personalidad.
Ahora bien, esta estructura moral del hombre ha de ser estudiada desde su intrínseca dimensión social. La moral es siempre la de un individuo, ya que es este el que ejecuta los actos. Sin embargo, este individuo no ejecuta estos actos en solitario sino que lo hace con otros individuos. La vida, aun siendo algo individual, se vive colectivamente y por ello podemos hablar de una dimensión social del ser personal. Las otras personas influyen en el desarrollo de nuestro carácter y personalidad (Zubiri, 1980: 213-214; 1984: 66-67; 1986: 195; 1989: 254; 2006: 60). Aquí es justo donde nos encontramos ante el cometido de la educación no formal. El hombre es un animal social y esto es algo que supera el ámbito de la vida académica y de los contenidos, pero que en absoluto es ajeno a la tarea educativa, ya que sin el desarrollo de esta dimensión no se podría hablar de la construcción de la propia personalidad.
Pues bien, desde estos presupuestos de corte netamente zubirianos podemos a esbozar los puntos de lo que podría ser una teoría de la educación en la cual la moralidad sirva como eje vertebrador entre la práctica formal y la no formal. Basándonos en un esquema expuesto por Adela Cortina (Cortina, 1995), las ideas en las que podría basarse son las siguientes: a) el carácter estructural de la moralidad humana; b) la dimensión social y comunitaria de la misma; c) la búsqueda de la felicidad; d) la responsabilidad para con la propia felicidad y para con la de los demás, esto es, el deber; e) el procedimiento a seguir, a saber, el discurso y la corresponsabilidad. Pasemos a exponerlas.
a) Siguiendo la línea expuesta por Zubiri, la moralidad es una dimensión estructural de ser humano. Somos morales, lo mismo que somos inteligentes, activos o emotivos. Desde este carácter moral de la realidad humana podemos mantener un concepto de educación que, lejos de plantearse como la formulación de unos códigos de normas y deberes, significa más bien aquella inexorable necesidad del hombre de enfrentarse a la vida y a la realidad. El hombre es irremediablemente moral ya que no tiene más opción que apropiarse unas posibilidades que crea y descubre en la realidad, dejando de lado otras.
b) Ahora bien, esta estructura moral propia del hombre ha de desarrollarse desde unos contenidos que sólo se pueden elaborar en una comunidad y sólo se hallarán desde la pertenencia a la misma. Esta es una idea que el movimiento comunitarista ha puesto de relieve frente a la moral individualista propia del liberalismo moderno. El hombre sólo podrá desarrollar sus capacidades como miembro de una comunidad la cual le dotará de una identidad además de unos hábitos a través de los cuales desarrollar estas capacidades, las virtudes. La personalidad del hombre no es algo que se elabore únicamente a título personal, sino que posee una dimensión social e histórica sin la cual el proyecto personal sería imposible. Es desde la pertenencia a una comunidad, la cual dota al individuo de unas capacidades y le entrega una tradición, desde donde el ser humano puede entenderse: las personas entienden quiénes son gracias a la narración de la historia de su comunidad que les hace comprender la altura del tiempo en la que se encuentran (MacIntyre, 2004, 268).
Las personas entienden quiénes son gracias a la narración de la historia de su comunidad Share on XDel mismo modo, es en esta comunidad en donde la persona se encuentra con las otras personas. Entroncamos así con las tesis del personalismo dialógico el cual defiende que la categoría básica de la vida social es el vínculo existente entre los seres humanos. Un vínculo que se descubre en el encuentro y en el cual se desarrolla la responsabilidad. «La relación con el otro es […] la llamada del otro para convocarme a la responsabilidad» (Levinas, 2002, 227).
c) Esta moralidad que nace como una estructura propia del ser humano y se desarrolla desde la pertenencia a una comunidad, tiene como objeto la felicidad. Conectamos así con la tradición aristotélica desde la cual el objeto de la moral consiste, sobre todo, en la búsqueda de la felicidad, la cual se conseguirá no puntualmente sino desde la elaboración del proyecto que supone la propia vida. Ahora bien, no es lo mismo afirmar que el ser humano busca la felicidad que mantener que existen unos contenidos únicos que deben ser universalizables. La felicidad siempre es «mi» felicidad y como tal está íntimamente unida al modo de realización que cada uno proyecta. En este sentido la felicidad no es un contenido sino la posibilidad de las posibilidades. La felicidad se convierte en la tarea propia del ser humano.
d) El tema siguiente que hemos de abordar será el del deber. Porque el ser humano tiene una meta que se ha propuesto es por lo que él mismo determina unos deberes. El ser humano vive para ser feliz, se encuentra ligado a su felicidad y por la misma razón se encuentra obligado. Ahora bien, estos deberes no son impuestos sino que él mismo es quien los determina. Es así que podemos afirmar que el ser humano es su propio legislador. Aplicando estas ideas a la teoría de la que venimos esbozando, podemos afirmar que hemos encontrado el modo de cómo se ejercita la estructura moral; el ser humano pone en práctica su dimensión moral desde su capacidad autolegisladora, lo cual nos conduce a la tradición kantiana.
e) Sin embargo, los planteamientos kantianos nos pueden llevar a un callejón sin salida. Es cierto que el modo de ejercer la moralidad es desde la autonomía personal, pero si tan sólo nos quedamos en este nivel estaríamos a medio camino, y esto es así porque además de la subjetividad propia de cada individuo, hemos de tener en cuenta la intersubjetividad. El principio kantiano trascendental del «yo pienso» no contiene ninguna dimensión trascendental de la intersubjetividad. Los otros «yo» no tienen en Kant función ninguna. (Apel, 2004, 48-49). La solución a este dilema la podemos encontrar pasando del «yo pienso» al «nosotros argumentamos», con lo cual nos adentramos de lleno en la ética del discurso. Es desde esta ética y desde su primer principio, a saber, que «sólo pueden pretender validez aquellas normas que pudiesen contar con el asentimiento de todos los afectados como participantes en un discurso práctico» (Habermas, 1991,101), desde donde podemos pasar de un principio de responsabilidad individual a un principio colectivo de corresponsabilidad.
El objetivo de la moral consiste, sobre todo, en la búsqueda de la felicidad Share on XLa formación del carácter moral como nexo
Pues bien, y concluyendo estas breves líneas expositivas, la formación del carácter moral puede servir como nexo de unión entre la educación formal y no formal, contribuyendo de este modo a la formación integral del individuo. Huyendo de todo reduccionismo y dicotomía, la moralidad se convierte en la tarea de construir la propia personalidad, algo que se realizará desde el carácter estructural de la moral humana pero que a su vez ha de integrar factores tan importantes como la socialización, el reconocimiento del otro, la búsqueda de la felicidad, el deber y la responsabilidad, así como el diálogo intersubjetivo entre personas que se aceptan como interlocutores válidos y valiosos. Dentro del ámbito de la educación formal destacaríamos la tarea de construir contenidos con los que llenar la estructura moral de la persona, la presentación de horizontes culturales que representen proyectos de vida feliz, así como el trabajo con procedimientos que favorezcan el diálogo y la asunción de responsabilidades. A la educación no formal correspondería, por su parte, el desarrollo de la sociabilidad y la intersubjetividad, lo mismo que la creación de espacios en donde consolidar el carácter moral de cada uno desde el respeto por las diferentes opciones de vida. Contenidos y procedimientos se darían de este modo la mano y favorecerían la tarea de construir la personalidad de aquellos que están llamados a vivir su vida y convivir conjuntamente en sociedades plurales y abiertas.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
APEL, K. O. (2004), «La ética del discurso como ética de la responsabilidad», en K. O. Apel y E. Dussel, Ética del discurso y ética de la liberación, Madrid:Trotta, p. 45-72.
CORTINA, A., (1995), «La educación del hombre y del ciudadano», Revista Iberoamericana de educación, nº 7, pp. 41-63.
________(1996), «Éticas del deber y éticas de la felicidad», en AAVV., Ética y estética en Xavier Zubiri, Madrid:Trotta, pp. 49-62.
HABERMAS, J., (1991), Escritos sobre moralidad y eticidad, BarcelonA: Paidos.
LEVINAS, E., (2002), Totalidad e Infinito, Salamanca:Sígueme.
MACINTYRE A., (2004), Tras la virtud, Barcelona:Crítica.
ZUBIRI, X. (1980), Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad, Madrid:Alianza.
________ (1984), El hombre y Dios, Madrid:Alianza.
________ (1986), Sobre el hombre, Madrid:Alianza.
________ (1989), Estructura dinámica de la realidad, Madrid:Alianza.
________ (2006), Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica, Madrid:Alianza.
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Un comentario en «LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER MORAL»
Interesante trabajo. Es posible explorar este tema desde otras fuentes filosóficas, con especial referencia al modelo de educación moral que se plantea en el currículo del IAPC elaborado fundamentalmente por Lipman y Sharp