VENTANAS AL MUNDO: PLATAFORMAS INTERPRETATIVAS DE LO REAL

por Trini Díaz
Sesión de Filosofía para Niños del sábado 22 de octubre de 2016

Reflexión sobre la manera de interpretar “mi mundo”, desde “mi perspectiva”, desde “mis ventanas”.


Si tuviera que definir en una palabra lo que es filosofar, diría sin dudarlo, reflexionar. Un reflexionar, en primera instancia, sobre el mundo que nos rodea. El bebé, antes de reconocerse a sí mismo, interactúa con su entorno y le fascina. Es lógico, por tanto, que en el propio seno de la filosofía de occidente, en su propia genética, encontremos ese asombro, curiosidad y cuestionamiento sobre la realidad. Es lógico, por tanto que la filosofía sea para niños porque con ojos del niño para el que todo es nuevo, miramos nuestro entorno inmediato con admiración y fascinación, convirtiéndose así en objeto de conocimiento y reflexión.

Ya Heráclito advirtió que la vida está en constante movimiento. Y hoy sabemos que hasta las piedras se alisan, desgastan, se desplazan, se engrosan con nuevos elementos, o cambian sus contornos en función del efecto del medio en el que se hallan, a la vez que ellas también contribuyen a modificar su entorno. Asimismo, nosotros somos afectados por las circunstancias que nos rodean; nuestro ambiente y experiencias nos influyen sustancialmente, al tiempo que nosotros alteramos, modificamos, transformamos nuestro contexto.

Este primer movimiento del pensamiento nos ha hecho conscientes de esta posibilidad de modificar el ambiente que nos circunda. Pero la filosofía, y concretamente el programa de Filosofía para Niños, no se queda en constatar hechos, no ofrece una lectura horizontal de la realidad, sino que su mirada es indagadora, profunda, penetrante, aguda. Por eso el filósofo es el arqueólogo del pensamiento.

La constatación de esta capacidad, la consciencia de nuestro potencial de intervención, nos permite utilizar otra herramienta filosófica para iniciar otro movimiento, esta vez hacia el interior, en una pirueta que sólo los seres humanos podemos llevar a cabo y que consiste en salir de nosotros mismos para observarnos desde fuera y así iniciar un proceso de indagación, de excavación, de profundización sobre nuestro propio yo para auto-conocernos,  tal como animaba Sócrates a sus oyentes, y a lo que anima el programa de Filosofía para Niños, asentando así las bases de este trabajo arqueológico que busca los cimientos, los fundamentos, los prejuicios, es decir, los sistemas de creencias que sustentan nuestra visión del mundo. De forma que, como hace el niño,  pasaríamos del conocimiento del mundo exterior al autoconocimiento, a través de un complejo y continuo proceso en el que nos voy conociendo en función de nuestras acciones en ese mundo.

En este sentido, podemos decir que cada uno de nosotros se asoma al mundo desde un ángulo, desde un lugar, un tiempo, una posición, unas circunstancias. Esto es, desde unas creencias, unos presupuestos, unos prejuicios, unos criterios, con una intención, una actitud, con un fin, con un sentido. En definitiva, nos asomamos al mundo desde una estructura, desde un marco, desde una ventana.

Cada uno se asoma al mundo desde un ángulo, un lugar, un tiempo, una posición, unas circunstancias. Clic para tuitear
Ventanas al mundo
Abriendo ventanas al mundo.

Ventanas al mundo

Así pues, paremos un momento y observemos:  ¿cuál es tu ventana al mundo? Pero para llevar a cabo este proceso reflexivo, el filósofo-arqueólogo, que se propone descubrir esas molduras, necesita de unas finas herramientas que desempolven los perfiles de esas ventanas al mundo. Esos instrumentos son las preguntas que invitan a pensar, herramientas propias del programa de Filosofía para Niños. De modo que, ¿cuando te asomas al mundo, qué ves? ¿Coches, personas, humo, árboles, soledad, egoísmo, amor…? ¿Qué oyes? ¿Ruido, cotorreo, cantos, risas, lloros…? ¿A qué huele tu mundo? ¿A frescor, a alcanfor, a contaminación, a podrido, a algodón de azúcar, a café, a pan…? ¿Qué sientes? ¿Frío, calor, sudores, escalofríos, suavidad, dureza, dolor, caricias, aspereza, esponjosidad, firmeza, ligereza…? ¿A qué sabe tu mundo? ¿Es dulce, amargo, salado, ácido, empalagoso…?

Cabría preguntarse ahora ¿cómo ”traduzco” lo que percibo?, ¿cómo decodifico esas señales tan diversas?, ¿cómo las interpreto? En otras palabras, ¿qué emociones provocan en mí todas estas sensaciones? ¿Alegría, tristeza, miedo, ira, ternura, sorpresa, disgusto, interés, asco, esperanza, desilusión, ánimo, frustración, desasosiego, ansiedad, serenidad…?

Ahora bien, si observamos atentamente las ventanas que habitan el mundo, nos percatamos de que cada una esconde una historia, o mejor dicho, muchas historias que se entrelazan en una complejísima maraña de interrelaciones, encuentros, desencuentros, acontecimientos, experiencias y vivencias enormemente variadas. Precisamente, es este acontecer interior lo que determina los distintos movimientos de las ventanas. Y ahí radica el germen, el motivo, el núcleo desde el que arrancan los cambios que se producen en las ventanas.

Si examinamos las ventanas que habitan el mundo, nos percatamos de que cada una esconde una historia Clic para tuitear

Hay que advertir que ese espacio interior está vedado al paseante,  permanece desconocido para el transeúnte, oculto a las miradas superficiales y fugaces. Porque las ventanas tienen dimensiones. Y no es lo mismo mirar a la ventana, que mirar desde la ventana. Además, el exterior de la ventana puede ser reflejo de su interior, o no, ya que la percepción puede ser engañosa a veces. Aunque lo que está claro es que para acceder a ese espacio interior desde el que se forjan las maniobras, se ha de  entrar por la puerta y llamar con cortesía, cordialidad y respeto, ya que entrar por la ventana no es entrar, es invadir; invasión a la que se puede oponer resistencia. No obstante, para pasar a ese espacio, alguien tiene que abrir esa puerta y se podrá adentrar sólo hasta donde sea permitido porque ese terreno es sagrado. Y este es el estilo de trato en el programa de Filosofía para Niños, respetable, amable, afable, franco y benévolo.

Pero volvamos ahora a tu ventana, ¿cómo está? ¿Rota y sucia, aseada y limpia, tiene cortinas o rejas, está abierta o cerrada…? ¿Le hace falta algo? ¿Una mano de pintura, o necesita ser lijada, hay que limpiar los cristales, hay que aplicar un tratamiento contra la carcoma que está deteriorando tu marco de visión, se ha oxidado y necesita un nuevo barniz más resistente, no cierra bien y entra un aire gélido, ruido y polvo por lo que será necesario revisar los cerramientos; o acaso urge renovar el aire de su interior;  o le vendrían bien unas cortinas nuevas más alegres, o más sencillas; o qué tal unas flores o unas plantas aromáticas…? Piénsalo.

Y para concluir cabe recalcar que sólo con el ejercicio de la reflexión, desde esa pirueta del pensamiento exclusivamente humana que es la introspección, podemos mirar hacia nuestra propia ventana; y  tan sólo desde esta toma de conciencia que nos ofrece esa perspectiva singular, somos capaces de iniciar el movimiento de la restauración,  de reconstrucción, de remodelación, o incluso reorientación de nuestra ventana al mundo.

Deja un comentario